La banalidad del mal

 

Uno de los aspectos que más nos caracterizan como seres humanos es nuestra necesidad de buscar respuestas, respuestas que nos aporten una cierta percepción de control sobre la incertidumbre inherente a muchas situaciones de nuestra vida. Quizá por eso nos aferramos a todo tipo de explicaciones, sin cuestionar en, muchos casos, la validez de las mismas. Todo esto viene a cuento de las, tan difundidas, alteraciones psicológicas del copiloto de avión causante de la tragedia en Los Alpes franceses hace unos días.

– “Ah, claro, es que tenía una grave depresión hacía ya tiempo…”

– “Es que tenía un trastorno de ansiedad para el que estaba medicándose”

Los problemas mentales se han tratado de manera poco adecuada con demasiada frecuencia en los medios y, en esta ocasión, han seguido haciéndolo. Se han quedado en un tratamiento muy superficial del tema. 

No se ha hecho bien al mencionar la depresión y la ansiedad como sinónimos, utilizando alternativamente uno y otro en las noticias que nos iban llegando (siendo dos entidades clínicas diferenciadas, tanto en la clasificación de la APA, American Psychiatric Association, como en la de la OMS, Organización Mundial de la Salud, los dos sistemas de clasificación diagnóstica más utilizados en psicopatología).

Y, lo que aún resulta más grave, se han utilizado como variable causal de lo ocurrido, como si tener depresión o tener ansiedad pudiera conducir a la gente a cometer los actos más horrendos y a atentar contra los demás.

Es del todo absurdo, ni la ansiedad, ni la depresión convierten a ninguna persona en un asesino.

¿Qué se deriva de todo ello? Por un lado, algunas personas que tienen  un problema de ansiedad o un cuadro depresivo, ante lo que escuchan y leen, se preocupan, con un grado importante de angustia, por si les puede pasar lo mismo; y, por otro lado está la injusta estigmatización que se puede producir sobre estas personas que, desafortunadamente, no son pocas en los tiempos que corren y que podemos ser cualquiera en algún momento.

Decía la filósofa Hannah Arendt, autora de la frase con la que he titulado esta entrada: “El mal, hasta el más inmundo, se puede cobijar en la estructura física y mental de un individuo banal y normal…”

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No todo se puede explicar, pero cuando a una persona no le importa nada lo que le ocurra a otras personas, cuando prevalecen sus frustraciones por encima de la Vida Humana, cuando el comportamiento más atroz se convierte en su objetivo, no se puede hablar de una enfermedad como justificación de un comportamiento injustificable. Quizá haya entonces que hablar del horror de la maldad más cruel y absoluta, por mucho que ésta no esté contemplada en ninguna clasificación de trastornos mentales y, por mucho que no haya ninguna medicación ni terapia que la erradique.

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