La mayoría de la gente que viene a mi consulta por problemas relacionados con el estrés (me refiero al distrés, al estrés negativo) suele buscar fuera, en causas externas, las razones de su malestar psicológico y emocional. Intentan encontrar variables causales en aspectos relacionados, por ejemplo, con los “excesivos e irracionales” horarios de su jornada laboral; o con que su jefe o jefa “no valoran todo lo que trabajan y se esfuerzan”; o con la posibilidad de que “ese dolor en el cuello sea algo malo”; o con lo que “debería haber hecho” y no hizo en el pasado”; o con que su pareja “debería actuar de otra manera si de verdad les quisiera”; o con que sus hijos e hijas les están dando muchos problemas y “no hay forma de controlarlos” ; o con que hay amigos/as que actúan egoístamente, aún cuando él o ella lo “han dado todo” en esa amistad y “nunca se comportarían de esa forma”…
Está comprobado que la mayoría del distrés que padecemos tiene más que ver con nuestra particular forma de interpretar la realidad de lo que nos ocurre, que con factores externos, por mucho que éstos sean objetivamente catalogados como estresantes y negativos.
Decía el filósofo Epícteto, en el Siglo I : “No son los hechos que suceden los que perturban a los seres humanos, sino la opinión e interpretación que se hace de ellos”
¿Cuáles serían entonces esas formas de funcionar que nos convierten en principales agentes causantes de nuestro distrés?
- Ser demasiado autoexigentes y perfeccionistas
Hay personas que se atormentan y amargan ante los errores que puedan cometer, e intentan, en todo momento, poder controlar todas las variables que anulen la posibilidad de fallar o equivocarse.
¿Dónde está escrito que tiene más valor quien no comete errores, quien no se equivoca? ¿Por qué tenemos que hacerlo todo bien? Es genial que intentemos hacer las cosas lo mejor que podamos, pero querer hacerlas todas bien y querer controlarlo todo sólo nos lleva al desgaste y la ansiedad.
- Depender demasiado de las opiniones y de las acciones de los demás
En muchas ocasiones, el distrés nos lo generamos por la forma en que interpretamos lo que otras personas hacen o dicen, al dar una importancia excesiva a sus opiniones o a sus conductas. Intentamos aplicar nuestra lógica y nuestro “filtro mental” a las actuaciones de los demás y convertimos en una necesidad el poder entender sus razones y sus motivaciones, lo que nos lleva a la frustración y al desgaste.
Gran parte del tiempo, las personas no van a ser ni van a actuar como nos gustaría y tienen, además, derecho a hacerlo así…
Cambiemos, pues, el “Por qué actúan de esta forma?” por: “Con esto que han dicho o han hecho ¿Cómo quiero reaccionar?”
- Enredarnos en los “¿Y si…?” y en los “Ojalá…”
Otra de las formas en que nos generamos distrés tiene que ver con nuestra forma de procesar lo que nos ha ocurrido en el pasado y lo que puede ocurrirnos en el futuro. Hay personas que se amargan con suma facilidad cuando piensan: “Ojalá hubiera hecho esto o aquello…”, y se lamentan, con un exagerado sentimiento de culpa, por no haber actuado de otra manera; o, mirando al futuro, se preguntan con inmensa preocupación e, incluso, miedo: “¿Y si actúo de esta manera y luego me arrepiento?” o “¿Y si pasa…?”, dejándose llevar por perspectivas sombrías que sólo están en su cabeza.
Tanto los pensamientos derrotistas como los catastrofistas son sólo eso, pensamientos, construcciones de nuestra mente, que no reflejan la realidad.
Por mucho que nos preocupemos y demos vueltas y vueltas en nuestra cabeza al inamovible pasado o al desconocido futuro no lograremos modificar nada. Centrémonos, pues, en lo que realmente estemos viviendo en cada momento y procuremos, lo más que podamos, estar activos/as y ocupados/as, intentando disfrutar con plenitud de todo lo que hagamos.
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