Frente común ante el bullying

images (1)Una de las cosas que más me prestaban en el comienzo de curso, aparte de estrenar libretas, era volver a ver a la gente de clase, volver a jugar, a contarnos cosas, a compartir un montón de situaciones. Por eso siento una inmensa tristeza cada vez que escucho o leo casos de acoso escolar y cada vez que me enfrento profesionalmente a situaciones de este tipo en las que contemplo las tremendas y duraderas secuelas que ocasiona.

El acoso escolar, conocido también con el anglicismo bullying, hace referencia a un cruel, deliberado y continuado maltrato verbal y/o físico hacia otros niños/as o jóvenes, que se traduce habitualmente en burlas, humillaciones, amenazas, aislamiento, palizas… Añadiendo en el caso del, cada vez más extendido, ciberbullying, la difusión a través de redes sociales de imágenes y vídeos humillantes o la propagación de rumores y calumnias, en el que, además, no hay tregua, se puede producir las 24 horas del día y, quienes lo padecen, ni siquiera pueden sentirse seguros/as en su casa.

Las consecuencias para quienes sufren acoso no son precisamente nimias y algunas pueden mantenerse incluso en posteriores etapas de su vida: culpa, miedo, ansiedad, soledad, inseguridad, baja autoestima, trastornos de pánico, fobia a la escuela, estrés postraumático, disminución del rendimiento académico, depresión e incluso, como por desgracia hemos visto, autolesiones y suicidio. Además, cuando alguien es víctima de acoso se percibe en una situación continua de riesgo y amenaza y confía, como es natural, en el deber de protección de las figuras adultas e instituciones de autoridad, produciéndose no pocas veces, la grave paradoja de que los adultos no siempre estamos ahí para ofrecer una protección y una ayuda adecuada.

Pero ¿Por qué se produce?

Se han detectado varias variables que explican la ocurrencia del bullying: una personalidad impulsiva, dominante y poco empática; métodos de crianza inadecuados como los basados en el uso de la violencia como forma de control o, en el otro extremo, los demasiado permisivos con una inconsistente aplicación de normas; un clima escolar de negligencia y de negación de las situaciones de abuso; el uso sin control de las nuevas tecnologías; una sociedad cada vez más intolerante y más violenta en la que se aprende e interioriza la ley del más fuerte…

La situación actual no debe dejarnos indiferentes, de hecho, un estudio de 2016 llevado a cabo por la Fundación Anar y la Fundación Mutua Madrileña, pone de relieve un importante incremento del acoso escolar en las aulas y, por tanto, la necesidad urgente de intervenir para prevenirlo y eliminarlo.

¿Qué podemos hacer entonces?

  • Como padres y madres podemos y debemos contribuir a educar a nuestras criaturas en la empatía, el respeto hacia lo diferente, el control de la impulsividad; tengamos, así mismo, en cuenta que tampoco la sobreprotección les va ayudar en su desarrollo; fomentemos, además, el diálogo como método de solución de conflictos; eduquemos en el uso adecuado del móvil y de las redes sociales; cuidemos la exposición prolongada e indiscriminada a juegos, películas, etc., de contenido agresivo y violento. Y todo ello, no sólo con lo que les decimos, sino con lo que nosotros/as mismos/as hacemos.
  • Como educadores/as en centros escolares llevemos a cabo actividades de tolerancia y cooperación incluidas de forma transversal en todas las materias; y, si la situación de acoso ya se ha producido, no ignorarla ni minimizarla y, mucho menos, decirle al niño o a la niña que lo sufre que se vaya a otro lado a jugar, pues a quien hay que aislar es a quien agrede, no nos confundamos y no lo olvidemos nunca.
  • Y, lo más importante, eduquemos para que no haya espectadores/as que, con su pasividad, su silencio, su miedo o su aprobación contribuyan a mantener las situaciones de acoso. Se trata de apoyar a la víctima para no reforzar el poder de quien agrede. Está comprobado que, si este pierde su público, deja de agredir. De hecho, en los últimos años se está incidiendo, con notables resultados, no tanto en quien acosa o en quien es acosado/a, sino en los grandes olvidados: los/as espectadores/as del acoso que, a veces, con su silencio, con sus risas o con su complicidad, contribuyen de manera directa a la perpetuación de las situaciones de abuso. El programa Kiva para prevenir el acoso escolar que se puso en marcha en los centros escolares de Finlandia y que se ha ido implantando en más países es una buena muestra de ello.

No puede ser que sólo nos llevemos las manos a la cabeza y nos lamentemos cuando aparezca en los medios alguna noticia de casos graves de acoso que han podido provocar, incluso, el suicidio de quien lo ha sufrido de manera sistemática. No puede ser que acosadores/as que reinciden no sufran apenas consecuencias de sus actos. No podemos quedarnos de brazos cruzados, todos/as juntos/as hagamos algo.

 

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