LADRONES BUENOS – LADRONES MALOS (26-3-18)
La otra noche nos robaron con nocturnidad y alevosía una hora de nuestro sueño. Seguro que hoy todavía la estamos echando de menos. Aunque, pensándolo bien, no sé de qué nos quejamos, a Sabina le robaron el mes de abril entero y aún anda por ahí intentando encontrarlo.
En las historias de ficción, cuando alguien roba, pueden pasar dos cosas: que nos quieran mostrar al personaje de tal forma que empaticemos automáticamente con sus “nobles” intereses y motivaciones o que nos lo sitúen emocionalmente en el lado contrario, en el lado de “los malos”, de los que merecen ser castigados. Así tenemos al justo de Robin Hood frente al codicioso Sheriff de Nottingham, a la traumatizada Marnie la ladrona frente a la malvada Cruella de Vil, o a los simpáticos protagonistas de Atraco a las 3 frente a los sanguinarios miembros de la banda de Al Capone.
En la vida real parece que no nos acaba de quedar claro si quienes nos roban están en el bando de los buenos o los malos. Depende de qué cadena de televisión escuchemos, qué emisora de radio oigamos o qué periódico leamos. Como en el cine, según nos lo vendan, así lo compramos. De forma que hay algunos que dejan las arcas de los ayuntamientos vacías por su soberbia y su megalomanía y son alabados como si, con ese dinero, hubieran sacado de la pobreza a toda la ciudadanía; otros vacían la hucha de las pensiones sin ningún sonrojo queriendo así, quizás, impulsar los planes privados, llevándose el aplauso de los dueños de los bancos; e incluso nos roban la libertad de expresión, la justicia, la democracia, la dignidad y hasta la vida, y muchos les defienden y reverencian bien por miedo, bien por pleitesía.
Por cierto, si Robin Hood volviera, mucho me temo que andaríamos jaleando su persecución y condena, por delitos de odio, por atentados contra la autoridad y, si hiciera falta, por hortera.
EMOCIÓN O RAZÓN (19-3-18)
Necesitamos más que nunca el heroísmo tranquilo de Atticus Finch, el maravilloso personaje creado por la escritora Harper Lee lleno de honestidad, sensatez y bonhomía.
Atticus, genialmente representado en el cine por Gregory Peck, nos regala las grandes enseñanzas de quien lucha cada día para que sus hijos participen de una sociedad en la que la razón y la emoción estén equilibradas. En un pasaje de la historia de “Matar a un ruiseñor” le dice a su hija Scout: “Levanta la cabeza y no levantes los puños. Sea lo que fuere lo que te digan, no permitas que te hagan perder los nervios. Procura luchar con el cerebro… “
Y es que las emociones nos avisan de nuestros deseos y necesidades, son rápidas e irrefrenables, así es su naturaleza, pero, con el desarrollo del neocórtex a lo largo de nuestra evolución, los humanos podemos disponer también de la razón, que nos permite analizar, valorar, reflexionar… Por ello, la emoción, sin la razón, es como un coche sin frenos, muy potente, muy rápido, pero que encierra un enorme peligro si no se maneja con prudencia.
El pasado jueves asistimos al esperpento organizado por algunos políticos en el congreso, con la presencia de las familias de otras personas asesinadas, lógica y justamente afectadas, con la opinión publica extremadamente sensibilizada, como es totalmente natural, por el horrible asesinato del pequeño e inocente Gabriel. Pero nuestros dirigentes han dejado claro con escenas dignas del antiguo coliseo romano, que nos quieren colocar en tiempos que creíamos ya superados.
Ante un tema tan serio, necesitamos un debate también serio y no el circo montado el otro día. No se debe legislar sólo a golpe de emoción. Si más de un centenar de catedráticos y catedráticas de derecho penal han firmado un manifiesto lleno de argumentos de peso contra la cadena perpetua, quizá tengamos que replantearnos si esta medida, por mucho que en ciertos casos sea más que merecida, puede hacernos regresar a las cavernas y eso, quizá, como sociedad no compensa.
SORORIDAD (12-3-18)
Señoras y señores, recuerden esta palabra: S o r o r i d a d
Desde siempre se nos ha inculcado que las mujeres somos nuestras peores enemigas, desde siempre hemos interiorizado este estereotipo que, como muchos otros, el patriarcado ha reforzado. El divide y vencerás de toda la vida para oprimir, para someter, para amordazar.
Y, tras quitarnos capas y capas de prejuicios rancios, hemos ido descubriendo que, en realidad, desde siempre nos hemos cuidado. Nos han precedido mujeres que, con su unión han conseguido como dice la antropóloga Marcela Lagarde: “sumar y crear vínculos, asumiendo que cada una es un eslabón de encuentro con muchas otras”. Pues la sororidad supone hermandad, confianza y apoyo entre mujeres, para construir un mundo diferente.
La jornada reivindicativa del pasado 8 de marzo lo ha mostrado bien claro y además hemos alzado la voz por aquellas a las que se la han quitado. Por todas… También por Paz y por las desaparecidas Concepción y Lorena.
Y a los retrógrados y mal disimulados misóginos que se han subido a última hora, con toda su dura jeta y, desde luego, por oportunismo y conveniencia, a este tren en marcha, cuidado, que no vamos a permitir que lo hagáis descarrilar. Somos demasiadas y estamos hartas de tanta desigualdad.
Lo que ha quedado meridianamente claro es que, mientras unos vilipendiaban la huelga con vergonzosas mentiras, como que era innecesaria y elitista, mientras otros de siniestra sotana afirmaban con maledicencia que el demonio llevamos dentro (ay cómo les gustaría retroceder a los infames tiempos de las hogueras) y mientras algún misógino más añoraba a Paco Martínez Soria, las mujeres íbamos juntas cantando, cantando por las que nos abrieron el camino, cantando por nosotras que lo estamos andando, y cantando por las que seguirán nuestros pasos.
Y como a las mujeres de Bilbo escuchamos decir: “Yo por ellas, madre, y ellas por mí”
8 DE MARZO (5-3-18)
No ha pasado tanto tiempo desde que las mujeres, en este país nuestro, tenían que pedir permiso a sus padres o maridos para trabajar o para abrir una cartilla en el banco. Tiempos en los que no podían ni votar, ni ir a la universidad, ni participar plena y libremente en la esfera social. No hace tanto que su presencia mayoritaria y casi exclusiva en el ámbito doméstico era lo decente, lo establecido, lo debido.
Y, aunque muchas cosas han cambiado gracias a las personas que han luchado decididamente, desde hace varios siglos ya, por la tan necesaria equiparación de derechos, aún queda lejos la tan ansiada igualdad ante algunas realidades con las que nos encontramos cada día.
Por eso, el próximo jueves 8 de marzo yo voy a hacer huelga y voy a sumarme a las mujeres de Asturias, del resto de España y de otros 150 países de todo el mundo. Una huelga para plantear que sin nuestro trabajo y sin nuestro esfuerzo, el mundo se para. Sin nosotras para los cuidados, sin nosotras en las aulas, sin nosotras en el mundo laboral, sin nosotras en el consumo… Para así mostrar cuánto necesita el sistema a las mujeres para funcionar.
Unámonos, pues, en esta huelga para acabar con el desigual reparto de las tareas domésticas y de cuidado.
Para decir basta a las desigualdades, las humillaciones, los sometimientos, los acosos, las violaciones y los asesinatos.
Para romper con el techo de cristal, el suelo pegajoso y la brecha salarial.
Para que dejen de borrarnos de la historia, de las ciencias, de las artes…
Para que dejen de mostrar el cuerpo de las mujeres como un simple trozo de carne.
Para dejar de ser tratadas como ciudadanas de segunda.
Para luchar, como decía la filósofa, historiadora, periodista y política Rosa Luxemburgo, “por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.
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