¡Alerta, un virus muy peligroso se está extendiendo de forma incontrolada! El contagio es rápido, muy rápido y está afectando a gente de todas las edades, no se libra nadie. Se propaga por cualquier hábitat: en las calles, en los restaurantes, en los conciertos, en las casas, en las escuelas, en los trabajos, en las playas, en los coches, en los comercios…
Los síntomas se notan en seguida: el cuello se dobla, la cabeza se inclina y los ojos se quedan fijos, completamente absortos en un aparato con pantallita. Las consecuencias son también evidentes: se mira una y otra vez la dichosa pantallita, casi de forma compulsiva; se lleva a todas partes, como si fuera una prolongación biónica de la mano; se llegan a aplazar tareas importantes, aunque sean realmente gratificantes; hasta puede producir alucinaciones del tipo “vibración fantasma”, pues hay gente que siente realmente que le llegan mensajes o llamadas a todas horas; sin olvidar que puede favorecer que la ansiedad crezca sin medida cuando se termina la batería.
Que levante la mano quien sea capaz de dejarse el aparato de marras en casa y no tenga un deseo irrefrenable de volver a por él; quien se haya quedado sin wifi unas horas y no haya tenido la sensación de estar ilocalizable; quien salga del cine, del teatro o de un funeral y aguante, al menos, hasta la puerta de la calle sin revisar sus llamadas o mensajes; y, sobre todo, quien esté todo el tiempo que dura una comida en compañía, sin mirar el aparatito. Si no ha levantado la mano, siento comunicarle que ya se ha infectado.
Hay casos en los que los síntomas del virus se repiten muchas veces cada hora, casos en los que se prefiere la pantallita a estar con la familia, a practicar alguna afición o a salir con gente amiga.
Se habla, incluso, de casos en los que se usan conduciendo, poniendo en peligro la propia vida y la de terceros. También se observan casos en los que ni se llega a ver por donde se camina, ni si llueve, truena o hace sol. Y casos en los que se olvidan de comer, casos en los que se pierde el control de la propia vida…
Sin olvidarnos de esos niños y niñas, que, cada vez a edades más tempranas, ya están fuertemente impregnados del virus, quedando expuestos a diferentes consecuencias negativas, como el empeoramiento en el rendimiento escolar, la falta de tiempo y motivación para otras actividades, la utilización de mentiras para mantenerse conectados o la exposición a la burla, a la humillación o al acoso por parte de gente amparada en el anonimato que confiere el dichoso aparato, y, ante lo cual, los adultos tenemos la responsabilidad de actuar como eficaces modelos de conducta, tanto con lo que decimos como con lo que hacemos, y, precisamente es en esto último, en lo que hacemos, en lo que más fallamos, pues no damos muy buen ejemplo.
Tengo que confesar que creo que yo también me he contagiado, me di cuenta un día que me quedé sin la pantalla por el tema ese de la obsolescencia programada. Sentí malestar físico y mental, confusión, irritabilidad… En fin, un síndrome de abstinencia en toda regla.
Sí, ya sé que no todo es malo, que los móviles también nos facilitan la vida, que nos ayudan a comunicarnos, que nos permiten acceder a casi cualquier información, que nos ofrecen innumerables alternativas de trabajo y de ocio. Vamos, que no es que sean, en sí mismos, tan dañinos, claro que no, el problema es que, en muchas ocasiones, los usamos mal, en muchas ocasiones, los convertimos en el centro de nuestras vidas.
Sea como sea he descubierto algo que neutraliza el virus y no resulta demasiado difícil de llevar a cabo. Basta solamente con levantar la cabeza y mirar…, mirar a nuestro alrededor, mirar a los demás, mirar hacia adelante, hacia atrás, a la izquierda, a la derecha… Basta con mirar…
Y, así, de repente, una nueva perspectiva se apodera de nosotros, de repente, descubrimos cientos, miles de aspectos, de matices, de sensaciones que no apreciábamos, de repente, descubrimos los lugares por los que pasamos, y, de repente, volvemos a disfrutar de quienes están a nuestro lado.
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