“Esto me pasa por ser buena persona…”
Cada vez escucho a más gente afirmar con contundencia que ya están hasta el moño de ser personas buenas, que de buenas las han tomado por tontas, bobaliconas, simples, o peor aún, como gente sumisa que hace todo lo que a los demás les viene en gana.
Y lo cierto es que, en ocasiones, las conductas de bondad, de generosidad, de solidaridad, de altruismo, de respeto, de humildad o de tolerancia pueden acabar, desafortunadamente, convirtiéndose en una fuente de estrés, de angustia y malestar emocional.
Pero, parémonos un momento a pensar sobre esto. ¿Seguro que el problema está en ser buenas personas? ¿O será más bien porque igual nunca se dice un no, porque igual se convierten en propios los problemas de los demás, porque igual se olvidan las necesidades personales o porque igual se mantiene la equivocada premisa de que los demás tienen que agradecer esas buenas acciones?
Puede ser que el problema no esté en ser buenas personas, puede que el problema esté en no saber poner límites a los demás.
Incluso puede que el problema sea que no está del todo claro lo que significa realmente ser buenas personas…
Adela Cortina en su “Ética de la cordialidad”, afirma que “el concepto del bien común debe transformarse y concretarse en la exigencia de unos mínimos éticos”. Defiende que “el modo más humano de vivir no es la ley de la selva, que vivir en comunidad es vivir arraigados en ella y no sólo ser responsables ante nosotros mismos, sino también ante los demás”.
Así que no creo que la solución esté en deshacernos de nuestros valores. Lo que sí tengo que admitirles es que los términos del bien y del mal son absolutamente relativos, algo que me costó aceptar, no crean. Toda la vida construyendo arquetipos bien definidos, qué me dicen sino de Abel y Caín, de Blancanieves y su madrastra, de Cenicienta y su madrastra (qué cruz han tenido que arrastrar siempre las madrastras), de Sherlock Holmes y el profesor Moriarty, de Laura Ingalls y Nellie Olleson, y resulta que no está tan claro. Bueno sí, cuando alguien se muere, entonces no hay duda de que era buena gente.
La verdad es que todo el mundo tenemos un lado oscuro. Pero, es igualmente cierto que, en algunas personas, la línea que separa la bondad de la maldad es muy fina, demasiado fina. Decía Hannah Arendt que “lo más terrible de los seres monstruosos es que pueden parecer muy normales”. Gracias a numerosos experimentos se sabe que estar en un lado o en otro depende, en gran medida, del contexto, se sabe que personas bondadosas en un ambiente perverso pueden llegar a comportarse de un modo perverso, personajes de ficción como Dorian Gray o Anakin Skywalker, suponen un magnífico ejemplo.
Si en la Grecia Clásica, Platón otorgaba al Bien “el rango máximo en la jerarquía de valores que garantizaba el orden de las cosas”, en el, cada vez más individualista y consumista contexto actual, tengo, con frecuencia, la sensación de que las conductas altruistas y bondadosas no gozan de mucha popularidad.
Es más, en el colmo de los colmos, hay determinados colectivos que aplican el término buenista de forma totalmente despectiva y humillante ante conductas inequívocamente prosociales. Ahí tenemos, sin ir más lejos, el caso de Carola Rackete, la capitana de la nave de rescate Sea Watch, teniendo que comparecer ante la justicia italiana por salvar vidas, criminalizada por su actividad humanitaria.
Y es que, aunque parezca que lo que se lleva es la intolerancia, la mentira, la prepotencia y la ausencia de empatía, existen millones de seres humanos con impulsos bondadosos que hacen lo que pueden por ayudar a otros, seres humanos que salvan vidas, seres humanos que alivian el sufrimiento ajeno, seres humanos que luchan por un mundo más amable, más humano, menos raro…
Sabemos desde Sócrates que los valores no se interiorizan sólo a través de la instrucción, como ocurre con los conocimientos. Desde la psicología se ha demostrado científicamente que se aprenden fundamentalmente desde el modelado y el refuerzo. Tengámoslo, pues, en cuenta con nuestros hijos e hijas y, en vez de tantas vacaciones Santillana, tal vez les venga mejor que nos convirtamos en modelos de bondad, pero de bondad aplicada con inteligencia, que sirvamos de ejemplo para enseñarles a preocuparse por el bienestar de otros sin caer en la dependencia ni en la sumisión; para enseñarles a ser amables, pero no serviles; para enseñarles a practicar la gratitud, sin caer en la necesidad de aprobación externa; para enseñarles a respetar a los demás y al mundo natural, sin perder su propia identidad.
Se trata de, al estilo de Antonio Machado, ser bueno, «en el buen sentido de la palabra bueno»
En mi caso, cada día lo intento, se lo debo a mi madre y a mi padre, quienes me lo transmitieron con su ejemplo. Y, conocedora del efecto dominó de las conductas bondadosas, suelo rodearme de buenas personas, pues la bondad siempre merece la pena.
Aunque no cotice en bolsa…
Muy bueno, saludos.
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Mil perdones, pero no he visto los mensajes a este post hasta hoy que lo he vuelto a publicar… Muchísimas gracias por tu comentario, Héctor. Un saludo cordial.
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Comparto por entero tu artículo, Marisol. Aprendemos unos de otros y también de nuestras lecturas. Yo creo que las personas, en sí, somos bondadosas. Lo que ocurre es que somos frágiles y no estamos educados en esa fragilidad, de modo que nos defendemos malamente. Si se vive en un ambiente lleno de agresividad, al ataque y a la defensa, no es de extrañar que se repita ese patrón. Pero siempre hay dos corrientes opuestas en la sociedad, siempre podemos elegir si somos capaces de salir de nuestro encierro. Claro está, que uno lo tenemos más fácil que otros. No es lo mismo partir con una sólida base y rodeada de cariño que tener que construirlo todo de cero.
Un placer leerte.
Recibe un cálido abrazo 💞🤗
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Mil perdones, Elma, pero no había visto los mensajes a este post hasta hoy que lo he vuelto a publicar… Muchísimas gracias por tu comentario. Espero y deseo que tengas un estupendo verano. Abrazo gigante.
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Gracias por poner un poco de tu LUZ a este mundo tan difícil de entender y vivir .❤
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Ay, qué Marta eres? No me sale nada más que el nombre…
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