El mejor regalo, no educar en la cultura de la impaciencia y la inmediatez
I want it all…, I want it now.

Magistral tema de Queen de finales de los 80, toda una declaración de intenciones sobre la lucha por lograr las metas propuestas.
Aunque igual se nos ha ido un poco de las manos…
¿No perciben que cada vez somos más impacientes? ¿No han observado cómo nos cuesta cada vez más esperar?
La ansiedad nos invade con suma facilidad cuando no nos contestan a los mensajes de forma inmediata; juramos en arameo cuando tarda más de la cuenta la conexión a internet; llamamos a donde sea con insistencia cuando estamos pendientes de un resultado de un examen o de una prueba; nos frustramos de forma bien perceptible ante la más mínima cola de espera; si hasta nos agobia cada vez más ver las películas hasta el final…
Tal vez estemos aplicando el ritmo de las tecnologías a la vida para conseguirlo todo al momento, a un solo golpe de clic. Y la vida tiene otro ritmo, otra cadencia en la que cada cosa requiere su tiempo.
Aunque lo peor es que lo estamos transmitiendo a las siguientes generaciones, tanto con nuestro ejemplo como con algunas de las pautas educativas que mantenemos.
Así, desde la niñez, les inculcamos esta cultura de la impaciencia y la inmediatez. Según abren la boca, ya les proporcionamos una respuesta inmediata. Si hasta terminamos sus frases porque nuestra prisa nos impide escuchar.
Con la mejor de las intenciones nos focalizamos en que no les falte de nada y les mantenemos en actividades continuas, para que no tengan que esperar.
Y, aunque en un primer momento rezonguemos, terminamos dándoles lo que piden y, en no pocas ocasiones, al momento. Algunas veces, por falta de tiempo, otras, por no hacer el esfuerzo.
“Estamos en la cultura de la velocidad y de la rapidez, pero hay otro movimiento que es más largo y hondo que nos dice que es preciso esperar para comprender”, lo dice la escritora portuguesa Lídia Jorge.
Educar es, precisamente, ayudar a comprender, es preparar para la vida, no lo olvidemos. Y en la vida es esencial saber esperar, demorar las respuestas, no buscar la gratificación inmediata, tolerar la incertidumbre y el aburrimiento. Les fortalecerá, les ayudará a tomar mejores decisiones, les hará socialmente más competentes, les generará autoconfianza, autocontrol y automotivación –casi nada ¿verdad? – Les hará desarrollar esas capacidades que conforman la inteligencia emocional, tan necesaria para preservar la salud mental.
Porque está más que demostrado que, de no hacerlo así, estaremos promoviendo personas emocionalmente frágiles, poco resilientes, con umbrales de frustración menores que cero. Catastrófico equipaje para afrontar la vida, ¿no les parece?
No duden del gran regalo que supondría ayudarles a entrenar la paciencia. Además de servirles de ejemplo, podemos enseñarles a disfrutar de unas cosas antes de darles otras; podemos cocinar juntos y esperar a que esté hecho; podemos plantar semillas en una maceta y observar su crecimiento; podemos jugar con puzles, de los que lleven tiempo; o que nos ayuden a decorar, a pintar o a hacer alguna manualidad, para que se entrenen en ritmos más pausados, más serenos.
Y, si son algo más mayores, favorezcamos que consigan el móvil, la consola o el tatuaje, ahorrando poco a poco. Seguramente protestarán, es lo que toca por edad, pero se sentirán infinitamente mejor cuando lo logren.
“¡Qué pobres son aquellos que no tienen paciencia! ¿Acaso hay herida que sane de otra manera que no sea poco a poco?” Tal cual, señor Shakespeare.
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