Enero, dopamina y Tanxugueiras, ¡por Tutatis! (31-1-22)
Hoy termina, por fin, este eterno enero. Dicen que lo percibimos tan largo debido a que suele ser un mes de poco movimiento y nos baja la dopamina. Pero no sé qué les diga, yo creo que hemos tenido un enero que ha sido de todo menos aburrido.
Si teníamos poco con el curso intensivo de geopolítica mundial y de productos de Ucrania, llevamos una temporada con Oviedo haciendo sonar tambores de guerra. Primero, queriendo apropiarse de algo tan universalmente asturiano como la cultura de la sidra, y ahora, anunciando 5 días después de que lo hubiera hecho Gijón su intención de aspirar a la capitalidad de la Cultura Europea en 2031. A ver qué ye lo siguiente…
Por tener, tuvimos este mes hasta un Objeto Volador Sí Identificado que hace una semana sobrevoló nuestras cabezas hasta que cayó en el Cantábrico. Igual pensábamos que lo del miedo de los habitantes de la aldea gala de Astérix a que el cielo se cayera encima de sus cabezas era un miedo irracional y va a ser que no. A los multimillonarios les molestará pagar impuestos, pero no les da más dejar su basura espacial por ahí tirada y que nos caiga en cualquier momento.
Ya ven, no pintamos nada, al pueblo ya no nos tienen en cuenta ni para los festivales musicales. Nos habíamos acostumbrado a que la soberanía popular se las viera con los altavoces mediáticos y con el poder judicial caducado y esto de pedirnos opinión para luego ningunearnos nos ha pillado de improviso.
En fin, este largo enero quedará para siempre grabado como el momento en el que nos unimos como nunca con Tanxugueiras, como el momento en el que gritamos a una voz: “Nun hai fronteres”.
Romantizar la cruda realidad (24-1-22)
Aunque la RAE no recoge el término romantizar, lo hacemos y mucho. Queremos tapar, esconder con ello la realidad. La pobreza, por ejemplo, cuando la asociamos a la felicidad y hablamos frívolamente de cómo, a pesar de las condiciones de discriminación y penuria extremas en la que viven muchas, demasiadas, personas, estas son felices porque ríen mucho. Romantizamos igualmente cuando idealizamos la prostitución y los puteros, ya sea en “Irma la Dulce” –y miren que adoro las películas del “dios” Billy Wilder– o ya sea en ese tradicional relleno televisivo que es “Pretty Woman”.
Se observa también una tendencia a romantizar los problemas de salud mental en la literatura, el cine, las series o las camisetas para adolescentes, en los que parece que tener problemas de tipo psicológico como la ansiedad, la depresión o la anorexia es algo atractivo y apasionante.
O los conflictos bélicos, que mucha gente idealiza como algo poderoso y heroico, cuando en realidad suponen monstruosas violaciones de los derechos humanos para satisfacer intereses geopolíticos y económicos de unos pocos, que nos acaban convenciendo de lo útiles que son sus guerras. Lo estamos viendo. Una vez más…
Por edad y por periplos vitales ya no creo en los cuentos de hadas. Considero que la idealización no deja de ser una forma de negación, esa distorsión cognitiva que usamos para protegernos de una realidad que nos resulta desagradable. Y negar la realidad impide mejorarla. Ya lo decía Carl Jung: “Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma”
Bonito término, por cierto: transformar. Ahí tenemos a nuestro gran Rodrigo Cuevas, “transformista supremacista”, asturiano, real como la vida misma.
La codicia no salva vidas (17-1-22)
No puedo evitar sentir algo de culpa y de vergüenza mientras me dan el pinchazo de la tercera vacuna. Apenas el 7% de la población de los países de bajos ingresos ha recibido una dosis, mientras los países ricos nos damos un festín (no, no me refiero a Boris Johnson,claro)
Aunque sólo fuera desde un punto de vista egoísta, pues no vacunar a todas las personas hace que aumente la probabilidad de la aparición de nuevas variantes.
Recuerdo hace ya un montón de años la historia de la eflornitina, medicamento que cura la tripanosomiasis, la enfermedad del sueño producida por la picadura de la mosca tsé-tsé, letal si no se recibe tratamiento. Como no era rentable, el laboratorio interrumpió su producción. Unos años después se reanudó. ¿Para seguir curando? No. Para la industria cosmética, mucho más lucrativa, pues descubrieron que impedía que creciera el vello.
La obscena codicia de las empresas farmacéuticas y las promesas vacías de los organismos internacionales convierten en humo la defensa de los derechos humanos. El deber de las empresas de «no causar daño» figura en los Principios Rectores de la ONU. Una vez más, se lo pasan por el forro.
Podían copiar del ejemplo de Jonas Salk y Albert Sabin, los virólogos que a mediados del siglo XX descubrieron las vacunas contra la poliomielitis y que renunciaron a todo beneficio económico para que la vacuna se pudiera producir y alcanzara al mayor número de personas posible.
Las farmacéuticas que han diseñado la vacuna contra la covid han logrado beneficios estratosféricos. Los gobiernos deberían exigir ya de una vez y con firmeza la liberación de las patentes.
Son miles de millones de personas las perjudicadas. Pero se ve que algunas vidas tienen más valor que otras.
Consecuencias variables (10-1-22)
Hablar de consecuencias en el marco de la psicología es hacer referencia a lo que ocurre tras la emisión de una conducta o tras la ocurrencia de un suceso. Esas consecuencias pueden ser reforzadoras, como cuando obtenemos un beneficio o cuando evitamos algo aversivo. O, por el contrario, pueden suponer un castigo cuando las consecuencias son negativas o cuando desaparece algo que nos resultaba gratificante o placentero.
Por ejemplo, la consecuencia de ver el vídeo de Mario, el neño de Lieres al descubrir la xatina que quería de regalo, supone, sin duda, un contundente y entrañable refuerzo positivo.
No menos positivo es el reforzador dato sobre la histórica reducción del paro en este año aún difícil como fue el 2021. El mayor incremento en empleo de los últimos 16 años, consecuencia positiva directa de las medidas de protección social implementadas.
Por otro lado, como ejemplo de castigo, el que padecen los trabajadores de la antigua empresa Alcoa, que se ven abocados a la extinción de sus empleos en medio de la palabrería institucional que no se traduce en ninguna consecuencia favorable, al menos, de momento.
Ya ven…Y no les he hablado de las consecuencias de las mentiras y bulos. El último, el que lleva monopolizando la atención mediática –y, como consecuencia, social – de los últimos días. Parece que hay repentinos e interesados conversos que, para desacreditar al ministro Garzón, defienden ahora –igual que ocurrió hace poco con el tema de la insana bollería industrial– la carne proveniente de macrogranjas llenas de animales hacinados, enfermos muchos de ellos, carne impregnada de hormonas y antibióticos inyectados como si no hubiera un mañana. La consecuencia de pensar en ello probablemente sería una monumental revoltura a estas horas en la que, en breve, nos pondremos a cenar.
Eso sí, como a Garzón le dé por promocionar el uso de preservativos no quiero ni pensar en las disparatadas consecuencias…
Lo que de verdad importa (3-1-22)
Mario, Isabel, Carlo, Julia… Son los nombres de los primeros bebés nacidos en nuestra región recién empezado este 2022.
¿Qué sociedad se encontrarán a lo largo de su desarrollo? ¿Seremos capaces de dar prioridad a la creación de un entorno seguro, amable y protector para quienes transitan las sucesivas etapas de la infancia?
No estaría de más pedirle a las Reinas Magas de Gloria Fuertes que, además de juguetes, les traigan un mundo mejorado.
Un mundo libre de violencias, de abusos, de desigualdades…
Un mundo en el que no les falte lo básico, en el que no tengan que estar compitiendo continuamente, en el que puedan educarse y desarrollarse plenamente con sus características y sus potencialidades.
Un mundo que no les ofrezca el botellón y las apuestas como rituales de entrada en la, cada vez más temprana, adolescencia.
Un mundo en el que la salud mental infantil no tenga que consistir en medicarles, sino en prevenir angustias vitales ayudándoles a construir autoestima, autonomía y resiliencia.
Un mundo en el que los intereses de unos pocos no determinen la dignidad de la mayoría. Donde nacer en un sitio u otro no condicione el valor que se le da a la vida, a sus vidas.
Decía el fallecido Desmond Tutu que “cuando vemos el rostro de un niño, pensamos en el futuro. Pensamos en sus sueños, sobre lo que podrían llegar a ser y lo que podrían lograr”
No debiera ser tan difícil si, de verdad, nos lo propusiéramos. Gobiernos, instituciones, comunidades, familias, personas… Pongámonos manos a la obra ya. Construyamos un futuro mejor para nuestras niñas y niños. ¿O acaso no son lo que de verdad importa?

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