Pero, ¿por qué tienes miedo?

Cómo entender y gestionar mejor los temores infantiles

“Vaya tontería, mira que ponerte así por una inyección de nada”

“Deja de llorar, ¡cómo no vas a poder dormir en tu cama!

“Pero, ¡no estás viendo que ese perrín no hace nada!”

“Pero, ¿por qué tienes miedo?”

Palabras que se dicen con la intención de calmar y que, sin embargo, acaban dañando la frágil autoestima de ese niño o de esa niña que osa mostrar algún tipo de temor ante situaciones cotidianas. Querer imponer un inmediato control voluntario a quien en ese momento está dirigido por la amígdala cerebral, foco de toda alarma emocional, es una muy extendida costumbre.

Y supone una muestra de no entender nada…

No entender que el miedo es un mecanismo adaptativo de defensa que los seres humanos compartimos con muchos seres vivos, una emoción natural que sirve para la supervivencia, una emoción que indica que estamos vivos, que tenemos sentimientos y que algo nos importa lo suficiente como para temer perderlo, ya sea el cariño, la atención, el bienestar o la integridad física.

No entender que algunos miedos son congénitos, como el miedo a la oscuridad, el miedo a los ruidos fuertes, el miedo a caer… Y que, la gran mayoría, son aprendidos por condicionamientos de todo tipo, influidos por la cultura en la que vivimos, por las experiencias que acumulamos o por los gestos y actitudes que observamos en otras personas. El miedo a la muerte, el miedo al fracaso, el miedo a la crítica y al rechazo, el miedo a la soledad, el miedo a los aviones o a los ascensores y el miedo a hacer el ridículo serían algunos de ellos.

No entender que las actitudes de las personas adultas frente a los miedos infantiles pueden transmitir bienestar y seguridad o, por el contrario, pueden terminar generando ansiedad, falta de autoconfianza y, por lo tanto, más miedo.

No entender que juzgar, cuestionar, reprochar o castigar por tener miedo son metodologías que nunca ayudan (Pasar al otro extremo y sobreproteger tampoco, pues se fomenta la evitación y evitar o escapar sólo supone un alivio inmediato, ya que, a medio y a largo plazo, contribuye a que el miedo aumente y se generalice a cada vez más situaciones y ámbitos).

No entender que hay otras metodologías que resultan más eficaces, por ejemplo:

  • Animar a los niños y a las niñas a que hablen de aquello que les asusta.
  • Validar sus sentimientos, tomarlos en serio.
  • Fomentar que confíen en poder abordar, poco a poco, sus miedos.
  • Ayudarles a establecer pasos progresivos de afrontamiento (con juegos, con historietas, con música…).
  • Darles ánimo (y abrazos).
  • Tener paciencia.
  • Reforzar los intentos que lleven a cabo.
  • Procurar ser referentes en cuanto a afrontar situaciones que produzcan miedo.

No entender que, en la mayoría de las ocasiones, los miedos serán pasajeros, propios de ciertas edades y etapas. Eso sí, alguno quizá se mantenga y no quedará otra que aprender a gestionarlo y manejarse con él. Les confieso que, en mi caso, no puedo evitar que un escalofrío recorra mi espalda cuando oigo campanas de iglesia al anochecer. Sé que el miedo infantil está ahí, pero ya hace mucho que no me condiciona.

Quizá he aprendido a entender…

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: