Siempre se repite la misma historia

El ruido y la furia ante cada avance feminista

Se ríen.

Se burlan.

Y, cuando ven que la cosa va en serio y se les desmonta el statu quo, se revuelven con bulos, con calumnias, con denuncias, con ataques furibundos desde los múltiples tentáculos del poder de los que disponen.

Ha pasado desde los inicios. Desde que, en la Revolución Francesa, Olympe de Gouges escribió una de las primeras declaraciones sobre derechos que se conocen y las mujeres marcharon por Versalles reivindicando ser ciudadanas; o desde que Mary Wollstonecraft replicó a Rousseau que las mujeres no estaban solo hechas para agradar y debían poder recibir también una educación; o desde que las sufragistas –que ya tenían experiencia en la lucha contra la esclavitud– se pusieron manos a la obra para conseguir el voto de las mujeres, haciendo huelgas de hambre y formando piquetes ante el Parlamento británico o ante las rejas de la Casa Blanca. Las viñetas de los tabloides de la época las mostraban dibujadas feas como el demonio, pegando a un policía, con un candado en la boca o arremetiendo sistemáticamente contra los hombres. Ya ven, nada nuevo lo de ahora…

Desde esos inicios han transcurrido años de penurias, ataques, burlas, humillaciones y todo tipo de violencias contra el feminismo por molestar a la “gente de bien” queriendo conquistar derechos sociales.

La Ley Orgánica de garantía integral de la libertad sexual, llamada ley del “solo sí es sí” no iba a dejarles impasibles. Colocar en el centro el consentimiento, después de siglos de considerar el cuerpo de las mujeres, de los niños y de las niñas como de su propiedad, supone una sonora bofetada en la cara al sistema patriarcal.

Algún día esto del consentimiento, al igual que ocurrirá con los derechos de las personas trans, nos parecerá de lo más normal, como lo fueron siendo el derecho a la educación, al trabajo, a administrar los propios ingresos, a poder votar, a la anticoncepción, al matrimonio homosexual o el derecho a un aborto libre, seguro y gratuito. Eso sí, mientras esa normalización se produce, las pioneras acaban siempre siendo vilipendiadas por su osadía de plantar cara al sistema.

Lo vemos con Irene Montero, lo vimos con Bibiana Aído. Si pudieran las quemarían en la hoguera. Ahora utilizan las televisiones mañaneras para lapidarlas por no ser las convenientes y cómplices Marthas del Cuento de la Criada.

Y qué decir de la romería de trolls, que más bien parecen orcos sacados de «El Señor de los Anillos», funcionando incesantemente en las redes sociales para intoxicar y distorsionar lo que es el feminismo, sus propuestas, sus logros, sus avances para toda –sí, digo bien–, para TODA la sociedad, generando un condicionamiento pavloviano de manual, una interesada y visceral animadversión ante quienes defienden que cambie lo que es de justicia cambiar.

Cada vez más mujeres nos sentimos orgullosas de ser feministas. Cada vez más hombres se involucran en los valores compartidos. Son los más seguros de sí mismos, los que no necesitan estar por encima de nadie para empoderarse. Cada vez más personas en toda su diversidad avanzan por un mundo mejor, “por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”, como decía la filósofa, historiadora, periodista y política Rosa Luxemburgo.

Nos vemos el 8 de marzo. Por mucho que se repita siempre la misma historia, hay que seguir molestando…

Y conquistando derechos.

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