Jóvenes que quieren salvar al mundo

Las reivindicaciones de estudiantes en solidaridad con el pueblo palestino

La juventud es esa etapa evolutiva –cada vez más larga, por cierto–, en la que todo ser humano va desarrollando los necesarios procesos de individualización, de autonomía y de madurez psicológica y social. Para ello, lo habitual es que cada generación de jóvenes construya sus propias y diferenciadoras claves identitarias en torno a diversos aspectos: la forma de hablar, las modas en el vestir, los gustos respecto al cine, la literatura o la música, los temas sociales que les movilizan, etc.

Y así es como tienen que ser las cosas. Es lo natural.

Sin embargo, parece que cuesta entenderlo y cada generación acaba criticando siempre a las que van surgiendo detrás. 

«Pues en mis tiempos …»

Aún peor resulta esa costumbre de meter en un solo saco a todas las personas jóvenes. Una hipergeneralización de manual. Un sesgo cognitivo que distorsiona y empobrece nuestra percepción de la realidad.

Porque la realidad es que los jóvenes, aunque formen parte de la misma generación, no son exactamente iguales. Aun así, hablamos de la juventud como si fuera una masa uniforme. Los tachamos de “flojos”, de “ninis”, de «tener poca capacidad de esfuerzo” o de «carecer de valores».  Romper prejuicios y estereotipos sobre cualquier colectivo no suele ser tarea fácil, con la gente joven no iba a ser menos.

Parece que da igual que se preparen académicamente cada vez más, que se adapten como nadie a la nueva era tecnológica hacia la que nos dirigimos, que participen en actividades deportivas, culturales y sociales o que vayan hasta el Parlamento Europeo a defender políticas que aborden el cambio climático. Nos aferramos de forma rígida a ciertas ideas que mantenemos como verdades absolutas.

Pero la realidad termina imponiéndose y nos obliga a derribar esos monolíticos esquemas viendo, por ejemplo, los miles y miles de estudiantes que llevan, desde hace más de una semana, alzando la voz y poniendo sus cuerpos, con acampadas pacíficas, reclamando el cese del genocidio contra el pueblo palestino.

Comenzaron en Estados Unidos, donde se están enfrentando a una represión y a un hostigamiento como no se veía en mucho tiempo –la sacrosanta Primera Enmienda a tomar por el saco–. Suspensos, cuando no expulsiones, de sus carreras y de sus residencias e infames acusaciones de terroristas o de antisemitas, cuando no es ni terrorismo ni antisemitismo suplicar que se deje de matar niñas y niños y demás población civil e indefensa. 

Ante esas calumnias, hacen suya una frase del historiador Howard Zinn: «Dirán que perturbamos la paz, pero es que no hay paz, estamos perturbando la guerra»

Inevitable recordar cómo la represión fue también la medida a tomar contra los jóvenes que se manifestaron en su momento por la justicia racial o contra la Guerra de Vietnam.

El tiempo ha demostrado quiénes estaban en el lado correcto.

En los últimos días, las reivindicaciones estudiantiles se están extendiendo como la pólvora. En Francia, en Alemania, en Japón, en Australia, en Canadá, en Cuba, en México, en la India, en Líbano, en Reino Unido, en Italia, en Irlanda y también aquí en España. 

Pasarán a la historia.

Están dando al mundo entero una lección de valentía, de empatía, de solidaridad, de principios, de humanidad…

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