SORORIDAD, QUÉ BONITO NOMBRE TIENES

El apoyo, la ayuda y las alianzas entre mujeres

Seguro han observado lo mucho que se dice y se repite eso de que el peor enemigo de una mujer es otra mujer. Impregna el imaginario colectivo. Como lo de que los hombres no lloran o las rubias somos tontas. Lo cierto es que, como todo estereotipo, no se sostiene ante el más mínimo análisis de una realidad que, de forma incontestable, nos muestra cómo las redes de apoyo entre mujeres han existido desde siempre.

Se han encontrado textos escritos en tablillas de la época romana que así lo manifiestan; también ánforas griegas con escenas de mujeres ayudándose mutuamente; sin olvidarnos de los saberes que se transmitían unas a otras, incluso en épocas en las que llegaban a ser condenadas por brujería.

Conocemos, asimismo, las alianzas entre mujeres en las luchas sufragistas y en las luchas obreras (cariñoso homenaje desde aquí a la nuestra Anita Sirgo); en las reivindicaciones de las Madres de la Plaza de Mayo; en el “Tren de la Libertad” (Asturias siempre en cabeza); en las calles, como ocurrió tras la sentencia de la manada con aquello del juez del “jolgorio y regocijo” que nos revolvió las entrañas (imperdible, por cierto, el documental “No estás sola”); en las huelgas de cuidados de los 8M; en el “Me Too”, en el “Cuéntalo”, en el “Se Acabó”, en el “Compañera, dame tira”, en el “A golpe de tacón”…

Y lo constatamos en millones de apoyos y ayudas del día a día. En cualquier época histórica. En cualquier punto del planeta.

La antropóloga Marcela Lagarde, gran estudiosa de la sororidad, la definió como “…crear vínculos, asumir que cada una es un eslabón de encuentro con muchas otras para contribuir con acciones específicas a la eliminación social de toda opresión…”

Porque la sororidad va precisamente de generar alianzas para lograr juntas el papel que nos corresponde en la sociedad; para dar visibilidad a todas las mujeres que, antes y ahora, han contribuido y contribuyen, cada una en su ámbito, a la historia de la humanidad; para detectar las estrategias que nos quieren dividir y poder, así, neutralizarlas; para vernos, no como enemigas ni rivales, sino como cómplices.  

María Zambrano decía: “prefiero una libertad peligrosa que una servidumbre tranquila”. Quizá lo que aterra al sistema patriarcal establecido sea precisamente esto, nuestra fuerza y nuestra libertad para no vivir sometidas.

Por eso las mujeres que se han juntado de forma autónoma y libre han sido, en no pocas ocasiones, objeto de sospecha y de persecución.

Por eso nos quieren divididas.

Por eso siempre se señalan de forma interesada nuestras diferencias y disensiones, cuando la realidad es que es algo natural, todo grupo humano las tiene, incluidos los grupos formados por varones.

Por eso, cuando algunos llegan al poder, una de las primeras cosas que suelen hacer es cargar contra los derechos de las mujeres. En Hungría, en Polonia, en Afganistán, en Argentina ahora. También aquí, en nuestro país.

Por eso, los continuos y furibundos ataques que reciben en redes quienes hablan de derechos, como nos manifestaba Rozalén hace unos días en Llanera.

Por eso somos silenciadas, como ha ocurrido recientemente tras la cancelación de la cuenta de Instagram de la periodista Cristina Fallarás. Una cuenta con miles y miles de testimonios de mujeres que sentían en ella un espacio confiable para relatar las violencias vividas. (Quienes nos dedicamos a la psicología sabemos de la importancia de sentirnos seguras para poder contar).

Toca, pues, seguir creando alianzas, compañeras.

Toca seguir desarrollando sororidad. Aún quedan desigualdades, injusticias y violencias que erradicar.

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