Las dos caras de la soledad

“–¿Por qué miras a ese señor? –Porque va hablando solo. –Déjalo. ¿No ves que no le mira nadie? –Claro, pobrecillo, por eso le miro yo.” (“Caperucita en Manhattan”, Carmen Martín Gaite)

Cada vez hay más gente que afirma sentirse sola…

Adolescentes hiperconectados pero solos, personas jóvenes y adultas que se sienten excluidas por motivos familiares, sociales o económicos, o, el grupo mayoritario, gente mayor que, por obligación o por elección, vive sola, serían algunos botones de muestra. En España según la encuesta del INE hay 4´7 millones de hogares unipersonales, pero resulta difícil calcular cuántas de esas personas se sienten realmente solas, pues hay gente que vive sola y no se siente sola, y hay gente que vive acompañada y siente una soledad feroz.

Así como en inglés existen dos términos para definir la soledad, uno para la soledad impuesta, loneliness, y otro para la soledad buscada, solitude, en castellano tenemos uno nada más, que la RAE recoge, en su primera acepción, como la carencia voluntaria o involuntaria de compañía. Quizá por eso no está tan claro quiénes están solos y quiénes se sienten solos. La mujer solitaria de muchos de los cuadros de Edward Hopper ¿estará sola o se sentirá sola? …

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Hay ocasiones en la vida donde la soledad no se elige, por viudedad, por ejemplo, como le ocurría al Señor Fredricksen en la película “Up”; por accidente, como a Tom Hanks en “Náufrago”; o por situaciones de desestructuración familiar como vamos descubriendo según avanza la historia en la japonesa “Un asunto de familia”.

Otras veces decidimos aislarnos, generalmente de manera temporal, pues los seres humanos tenemos, en ocasiones, la necesidad de estar y sentirnos a solas para desarrollarnos y crecer, para reflexionar sobre nuestros objetivos y nuestra vida. Ahí tenemos al personaje de John Wayne en “Centauros del Desierto”, marchándose solo en ese conocido plano final; a Lisbeth Salander en la saga “Millenium” buscando la soledad para alejarse de sus fantasmas; o a la protagonista de “Azul”, Juliette Binoche, decidiendo vivir una nueva vida en soledad tras una pérdida irreparable.

Pero la soledad que, quizá, resulte más dañina, es la soledad que se siente aun estando rodeados de gente. Ya sea por incomprensión, rechazo, prejuicios e intolerancia; por mantener a cualquier precio relaciones que no dan más de sí; o por una nefasta comunicación. Esto último es lo que le ocurre al personaje de Brenda Blethyn en “Secretos y Mentiras”, sintiéndose sola, con dificultades y problemas con su propia familia, arrastrando las consecuencias de años de disimulo y ocultación.

Resulta curioso comprobar como en las últimas décadas Internet ha aumentado la conectividad, pero, sin embargo, no ha evitado el aislamiento social. Un estudio del equipo de Melissa G. Hunt, psicóloga de la Universidad de Pennsylvania ha mostrado recientemente, de forma clara, la relación entre el uso de redes sociales y un aumento de la soledad y de la depresión. Creo que evitar exponerse a interacciones sociales por parapetarse detrás de una pantalla, por un lado, y la comparación con las vidas de otros a través de las redes sociales, pueden resultar un caldo de cultivo perfecto para convertir en una costumbre el aislamiento.

Aun así, no debemos olvidar otras variables que influyen en el incremento de la soledad de manera notable: el creciente individualismo, la despersonalización de las ciudades, la menor importancia a lo colectivo o el aumento de los hogares unipersonales. «Se está perdiendo el sentimiento de comunidad, del barrio, de la familia amplia. Una muerte inesperada puede producir un sentimiento de soledad que antes no se daba porque existían esos soportes«, dice José Manuel Errasti, profesor de Psicología en la Universidad de Oviedo.

La soledad puede llegar a causar más problemas de salud que la obesidad y, mientras esta última es abordada de forma abrumadora, especialmente por la presión de toda la industria que se mueve en torno a la belleza, no ocurre lo mismo con la atención prestada a la soledad. Y no digo que no tenga que ser así, al menos desde el punto de vista sanitario, pero la atención a las personas que están y/o se sienten solas debería ser, también, prioritaria dentro de las políticas de salud pública. De la soledad se habla muy poco y, aunque, ya hemos visto que para algunas personas supone una necesidad y un alivio, para otras muchas (demasiadas) supone angustia, tristeza, indefensión, vulnerabilidad, desaliento, desesperanza…

No cabe duda de que vamos hacia un futuro de personas cada vez más interconectadas y con mayor esperanza de vida, pero, con toda probabilidad, muy solas. Pongámonos manos a la obra, exijamos construir una sociedad que cuide más del capital humano, porque, como dice la artista asturiana María José Baudot: “Al final, el tiempo que vives, se mide por las risas que te echas con tu gente”.

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  1. Se me ocurre que una forma de comenzar a facilitar la comunicación es crear desde los ayuntamientos actividades en comunidad. Otra, más al alcance de todos, que cada uno de nosotros favorezcamos la comunicación. Empezar por nuestro círculo más próximo, como con casi todo.
    Somos seres sociales, pienso que no atender nuestra esencia natural nos abocará a padecimientos emocionales y desequilibrios psíquicos.

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