En estos días en los que, tristemente, aún hay que seguir reivindicando la lucha contra la violencia de género, he tenido, un año más, el placer de impartir una charla-taller en la Asociación de Vecinos de El Quirinal, en Avilés. El tema elegido este año ha sido el de la misoginia en el cine. Y, para abordarlo, fuimos realizando (mil gracias a todas las personas que asistieron) un recorrido visual por diversas películas de varias épocas y de varias nacionalidades para analizar como las mujeres ocupan casi siempre posiciones meramente secundarias y estéticas, y como son, en numerosas ocasiones, humilladas, ridiculizadas y violentadas.
Y es que, si hay algo claro, es que la violencia hacia las mujeres no es genética, es aprendida, tiene que ver con la interiorización de patrones de pensamiento y de comportamiento que las desvaloralizan, patrones que se transmiten social y culturalmente, por lo que su erradicación pasa necesariamente por una educación que genere profundos cambios sociales. Esa educación tendría que darse, por supuesto, en el seno de la familia, así como en el ámbito escolar, sin olvidarnos además de la influencia de los diferentes medios de comunicación a través de los cuales interiorizamos unas formas concretas de pensar, sentir y estar en el mundo, medios en los que, como vimos en la charla, la representación de las mujeres suele obedecer generalmente a modelos muy marcados por el patriarcado del que nuestra sociedad forma parte y en el que se nos niega, en la gran mayoría de casos, la valía, la dignidad y, por tanto, el respeto e incluso la vida.
En el cine, por ejemplo, los varones son, en un 90%, los protagonistas, son los que construyen y en torno a los cuales se articulan las historias. Ellos resuelven, actúan, saben, descubren, hacen, deshacen, se interrelacionan… El mensaje que nos lanzan es, pues, que los hombres son los seres que, de verdad, importan.
A las mujeres se las representa, por el contrario, como adornos, como trocitos de carne, como un instrumento para desarrollar las tramas del protagonista varón; o como seres irritantes y chillones que se merecen la burla y el desprecio de los hombres; o como prostitutas…, pero prostitutas siempre de buen corazón y que disfrutan con su “trabajo”; o como “pijas” vengativas que hacen la vida imposible al protagonista y a otras mujeres…
Todo esto, en ningún modo resulta inocuo, los relatos de ficción, los audiovisuales especialmente, no sólo se limitan a mostrar, siempre generan un punto de vista simbólico y emocional que acaba asignando a las mujeres una determinada forma de ser y de funcionar en el mundo, demasiado a menudo supeditadas a los hombres, contribuyendo de esta forma a perpetuar la raíz principal de la violencia de género: la desigualdad.
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